Cartas de guerra (I)

Una de las cosas que Borges cita en El Aleph, de todo cuanto vislumbra el narrador en ese punto del espacio donde se puede ver el universo entero a la vez, es «los supervivientes de una batalla enviando postales».

soldado británico escribe a casa ww1 para Dead Letters el blog

Un soldado británico escribe a casa en un descanso durante la Primera Guerra Mundial.

Es una reacción natural. Antes de que existiese WhatsApp, la única forma de hacer saber a tus seres queridos que estabas bien era escribiéndoles una carta. Y de todas las experiencias humanas, la guerra es aquélla donde más probabilidades hay de que «no estés bien».

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Soldados británicos escriben desde Francia el 24 de septiembre de 1939. «Queridos papá y mamá. Aquí todo bien. Esto está chupado. Les vamos a dar pal pelo a los alemanes»

Cartas y guerra han ido unidas desde que se generalizó la educación primaria entre las tropas. Estos días he encontrado un par de historias relacionadas con las cartas en dos libros muy diferentes, uno de ficción, y otro de no ficción. Hoy voy a contar esta última.

La carta de Jake el sucio

Jake McNiece fue un soldado estadounidense de Oklahoma que combatió en la segunda guerra mundial integrado en la 101 División Aerotransportada. Con su Grupo de Demolición saltó en paracaidas el Día D, participó en la Operación Market Garden en Holanda, volvió a saltar durante la Batalla de las Ardenas para guiar a los aviones que arrojaron suministros a la sitiada división 101 en Bastogne, y, al contrario que la mayoría de paracaidistas, todavía saltó una vez más en Alemania, para socorrer a una división que había quedado aislada detrás de las líneas enemigas. (Su recorrido bélico es similar al de los protagonistas de la serie Band of Brothers. Aunque esos paracaidistas eran más majos, guapos  y educados que McNiece)

McNiece, alias McNasty, era reconocido por sus compañeros como el paracaidista más duro del ejército estadounidense. También era considerado el soldado más guarro, indisciplinado y salvaje del mismo ejército. Se negaba a pasar revista, se negaba a saludar a los oficiales, se negaba a limpiar o a ir limpio él mismo, robaba todo lo que no estuviera clavado al suelo para poder comer o irse de juerga, zurraba a los Policías Militares que se metían con él cuando estaba de borrachera, y en general volvía locos a los oficiales al mando , que sin embargo se cuidaban mucho de formarle un consejo de guerra, porque sabían que a la hora de entrar en combate no había un soldado más agresivo y eficaz. Y si esto os suena de cientos de pelis de guerra americanas, es porque McNiece es la persona real que inspiró todas esas pelis.

U.S. Soldiers, including Jake McNiece, right, assigned to the 101st Airborne Division apply war paint to each other's face in England June 5, 1944, in preparation for the invasion of Normandy, France, the next day. The morning of June 6, 1944, Allied forces conducted a massive airborne assault and amphibious landing in the Normandy region of France. The invasion marked the beginning of the final phase of World War II in Europe, which ended with the surrender of Germany the following May. McNiece led a demolition group called the Filthy 13, whose exploits were credited with the inspiration of the film

McNiece, a la derecha, le pinta la cara a un compañero paracaidista antes de saltar el Día D.

Resulta que el pelotón de McNiece estaba formado por 13 hombres, todos los cuales habían sido trasladados desde otras unidades por ser unos salvajes indisciplinados a los que nadie podía controlar. En su nuevo destino adoptaron las costumbres poco higiénicas de McNiece (Para él todo era cuestión de sentido común. La instrucción se hace para mancharse. Era absurdo lavarse y cambiarse todos los días si a la media hora estabas hecho un cristo. Bastaba con hacerlo una vez a la semana, la noche que bajabas a la ciudad para ligar), y al poco empezaron a llamarse a sí mismos The Filthy 13. O sea, los 13 Guarros.

De McNiece también fue la idea de hacerse el corte de pelo a lo indio la noche antes del Desembarco de Normandía. Más tarde la ocurrencia generaría mucha leyenda, pero en su origen él lo explica de un modo bastante sencillo. Había oído que Europa estaba infestada de piojos, y no quería estar todo el rato rascándose. De ahí que decidiera raparse.

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«Los piojos no sé, pero los alemanes van a flipar cuando nos vean.»

Además, su madre supuestamente tenía algo de sangre Choctaw, de ahí que le añadiera el toque indio de la franja de pelo más largo (aunque los Choctaw no llevaban el pelo así).

Lo de las pinturas de guerra en la cara, él lo explica como una forma de camuflarse, sin más. El caso es que todos sus compañeros vieron lo que había hecho McNiece, les pareció molón, y se apuntaron al estilo mohawk todos. Por allí andaban los cámaras del ejército recogiendo imágenes del previo a la invasión, y los Filthy 13 quedaron inmortalizados para la historia.

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«¿Sabéis si han rescatado el correo? Esperaba un paquete de twinkies de casa.»

McNiece sobrevivió a sus cuatro saltos de combate y después de la guerra, contra todo pronóstico, se convirtió en un hombre de provecho en su Oklahoma natal. En los años 60 Hollywood contactó con él para que participara en una película que se estaba preparando sobre sus experiencias en la guerra. McNiece dijo que no. La guerra estaba muy reciente y a él aquello le parecía un insulto a los muertos. Les prohibió terminantemente que utilizaran el apodo de los Filthy 13 para la película.

Y así, por medio de una novela que contaba una versión muy fantasiosa de las aventuras de los paracaidistas durante la guerra, los 13 se convirtieron en 12, y nació The Dirty Dozen (los 12 del patíbulo), una película que a McNiece le ofendió muchísimo. Se pasó el resto de su vida aclarando siempre que hablaba en público que él y sus compañeros de los Filthy 13 habían sido unos cafres, cierto, pero no criminales como los que aparecen en la película.

Bueno, ése fue Jake McNiece. Pero la razón de traerlo a colación aquí no tiene que ver con sus virtudes guerreras, sino con su habilidad como escritor de cartas.

En el pelotón original de McNiece había un soldado llamado Louis Lipp. Por el sonido eufónico de su nombre, los demás le llamaban Loulip. Justo antes de embarcar para Europa, Loulip pidió ayuda a McNiece con un problemilla personal.

Al parecer, Loulip había dejado en su pueblo a una novia. Ella era una buena chica, que le había prometido esperarle lo que hiciera falta, etc. Pero Loulip sabía que pasarían años antes de que pudiera volver a casa y, la verdad, no tenía ninguna intención de llevar vida monacal allá en ultramar. Por eso había decidido cortar por lo sano y romper con su chica por correo, con una de esas terribles cartas que los anglosajones llaman Dear John.

Louis

Louis «Loulip» Lipp

Loulip lo quería todo: cortar con la chica pero quedar como un señor al mismo tiempo. Quería que ella pensara que realmente lo hacía por el bien de ella. Que en el fondo era un romántico y un desinteresado con un corazón de oro. Claro que Loulip no era un tonto. Sabía que él nunca sería capaz de componer una carta que lograra eso.

Contra lo que se podría pensar por su currículum, McNiece no era una persona difícil ni desagradable. Al contrario, cuantos sirvieron con él admitían que era un tipo encantador que se llevaba bien con todo el mundo. McNiece tenía un verdadero don de gentes y lo que hoy llamamos una gran inteligencia emocional. Por esta razón, a la hora de componer la Dear John para su novia del pueblo, Loulip recurrió a su colega McNasty.

Miss Airborne-Hearts

McNiece se lució con la carta. Compuso un texto muy sentido en el que explicaba a la chica en nombre de Loulip que quería ser justo con ella, que no quería atarla con una obligación, y perder su juventud esperando a alguien que podría morir en cualquier momento, que la quería demasiado para hacerle eso, que siempre la llevaría en el corazón, etc. etc. Una vez lista la carta, se la pasó a Loulip, que la copió en su propia letra y se la envió a la pobre chica.

Jake McNiece en Dead Letters el Blog de la serie

Jake McNiece guapeado para la foto.

La carta fue un éxito rotundo. La chica, conmovida, le contestó a Loulip que lo entendía, que seguía queriéndole, y que si en el futuro él cambiaba de opinión, tal vez, quizá, a lo mejor… Encantado, Loulip no pensó más en el asunto  y se dispuso a probar los encantos de su uniforme de paracaidista entre las chicas de Inglaterra y Francia.

Atención, la historia no acaba aquí.

Hay una razón para que el cuerpo de paracaidistas fuera el más exigente a la hora de seleccionar a sus miembros en el ejército estadounidense: A ellos les tocaban las misiones más peligrosas, y el porcentaje de bajas que sufrían en cada salto era brutal: A menudo, del 80 por ciento de la unidad.

Loulip no tuvo suerte.

Una de las obligaciones más duras de los oficiales era escribir cartas de condolencia a los familiares de los soldados caídos en combate. El capitán de la compañía a la que pertenecían los Filthy 13 pidió ayuda a McNiece con esa tarea. Él conocía mejor que nadie a los hombres y las circunstancias en que habían muerto. A regañadientes, McNiece aceptó. Una de las cartas que escribió fue para la familia de Loulip.

Unas semanas más tarde, recibió una carta de la hermana de Loulip. El ejército les había enviado los objetos personales de su hermano muerto, y entre ellos habían encontrado… el original de la carta que McNiece había escrito para Loulip. La letra de McNiece era fácilmente reconocible. Al comparar la carta de ruptura con la carta de pésame que acababan de recibir, la hermana dedujo que ambas procedían de la misma mano.

La hermana seguía diciendo que McNiece había hecho un trabajo tan bueno con la carta de ruptura, que tal vez no le importaría volver a escribir a la ex novia, y explicarle cómo había muerto Loulip; contarle quizá cómo habían sido sus últimos meses, decirle algo bonito que la consolara. La chica lo estaba pasando muy mal por la muerte de su ex, y la hermana estaba convencida de que la prosa empática de McNiece le sentaría bien…

Y así fue cómo McNiece se sentó a escribir una segunda carta a la pobre chica despechada, esta vez en su propio nombre, para cantar las alabanzas del tipo que ni siquiera se había molestado en escribir la carta con la que rompió con ella.

La conclusión del propio McNiece al relatar la anécdota muchos años: «Aquélla fue una guerra muy loca

soldados escribiendo cartas para Dead Letters el blog de la serie

«Mi querida Jane….» No, espera, empiezo otra vez. «Querida Jane…» Tampoco. «Oye, Jane…» Umh, mejor…

FUENTES: Richard Killblane redactó las memorias que le contó el propio McNiece en su libro The Filthy 13: From the Dustbowl to Hitler’s Eagle’s Nest – The True Story of the101st Airborne’s Most Legendary Squad of Combat Paratroopers. (Hay edición en castellano: Los 13 Malditos bastardos, Plataforma 2015) . Todas las fotos proceden de la Wikipedia y Flickr, salvo la de Loulip, que he encontrado en una página web dedicada a la unidad. Y el retrato de McNiece, que he sacado de un artículo en la NPR. Lo incluyo con el mayor de los respetos, pero si los dueños de la foto así lo desean la quitaré. (McNiece’s portrait is included with the utmost respect for him, but should the owners of the rights ask me to remove it, I will do it immediately). FOTÓGRAFOS: Todos desconocidos, salvo G Keating, que sacó la foto de los tommies escribiendo cartas en Francia en 1939.

7 comentarios en “Cartas de guerra (I)

  1. Bueno, David, si me tiras de la lengua puedo seguir añadiendo cosas. Voló un barracón por diversión. Arrasó el coto de caza de un sir inglés con su subfusil (personalmente estoy en contra de la caza pero no me da ninguna pena el dueño del coto, claro), en Alemania pescaba lucios en un lago con dinamita, y por querer llegar a los más grandes del fondo casi se pasa y vuela la lancha en la que estaba sentado… en Bastogne encontraron un alemán congelado con el brazo extendido, y lo colocaron de pie en la entrada del barracón que ocupaban, como si fuera uno de esos indios de madera de los estancos. Luego empezaron a engalanarlo. Le pusieron Un sombrero de copa, le colgaban cosas en el brazo… Hasta que llegó un capellán y puso el grito en el cielo por profarnar los cadáveres. Esa clase de cosas…

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  2. Ah! Una cosa. Lo de «Dear John» venía más bien por el otro motivo, ¿no? Porque las chicas en casa cortaban con los soldados en el frente… Las de los soldados cortando no sé cómo se denominaría. ¿»Dear Jane»? Y Loulip no me parece tan cabrito. Bueno, sí, tenía que haber escrito él la carta, eso es verdad.

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    • En efecto, las Dear John eran cartas de chicas a sus novios soldados. Pero como ves también circulaban en la dirección contraria. Es verdad que hoy se habla a veces de una «Dear Jane». Para referirse a emails o sms, supongo, porque cartas no es que se escriban muchas.

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  3. Esta entrada es buenísima!!! Igual la rescato para Safari en unos meses…
    No creo que Cyrano-McNiece fuera un cafre…bueno, tú has leído el libro e igual lo calificas así con motivo. Desde luego, sus acciones me parecen de «sentido común», y efectivamente, no tienen nada que ver con la película de los otros 12…lógico que estuviera indignado.
    Le voy a mandar esta entrada a Mr.Lombreeze, que le gusta esto de la II Guerra Mundial por si no conocía al personaje.
    Buenos días.

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